«¿Por qué combaten los hombres [y las mujeres] por su servidumbre como si se tratase de su salvación?» Spinoza.
No
existe el "movimiento de parados". Todo aquello que la
dominación es capaz de nombrar se vuelve, irremediablemente, incapaz
de incitar su contestación. El hecho de que una pretensión pueda
ser tachada por el poder como movimiento
muestra desde un principio su completa inocuidad, su absoluta
carencia de pretensión radical.
En la actual configuración de hostilidades ese es el primer síntoma
de su convivencia con la dominación.
«Huir
de
la
visibilidad.
Regresar
al
anonimato
en
posición
ofensiva. La
visibilidad
está
en
huir.
Pero
una
fuerza
que
se
incorpora
en
la
sombra
nunca
puede
esquivarla.
Se
trata
de
aplazar
nuestra
aparición
como
fuerza
hasta
el
momento
oportuno.
Pues
cuanto
más
tarde
nos
encuentra
la
visibilidad,
más
fuertes
nos
encuentra.
Y
una
vez
ingresados
en
la
visibilidad,
nuestro
tiempo
está
contado.
O
estamos
en
disposición
de
pulverizar
su
reinado
en
breve
plazo
o
será
ella
quien
nos
aplaste
sin
tardanza.»[1]
En
cuanto a "ser un parado", únicamente expresa que dicha
persona no trabaja en
el seno de una sociedad en la que trabajar, es decir, entrar en
cierto tipo de relaciones de dominación, es la norma. El concepto de
"parado", por lo tanto, únicamente nos remite la
obligación de
trabajar en la sociedad
mercantil.
La
noción de "parado" sigue siendo una arma de primera fila
para la dominación, de manera que la actual crisis del sistema de
trabajo únicamente puede ser comprendida como la crisis de la
dominación. Es preciso tomar
como punto de partida que el trabajo alienado no existe
fuera del sistema de representaciones de la dominación, es decir,
que queda por inventar mediante la guerra
otro modo de desvelar la realidad; la verdadera comunidad.
Es
raro que un movimiento sea popular a proporción de su radicalidad.
La simpatía que un movimiento recibe proviene del
hecho de que, en una sociedad sin comunidad, la identidad de cada uno
está exclusivamente
determinada por su función en el proceso de producción, por su
trabajo. De esto se sigue que, fuera de este trabajo que conforma
toda la existencia, este individuo
no es nada más que un ser sin identidad, sin clase, un anónimo, una
singularidad cualquiera, un parado.
En cuanto tal, el parado es la situación
de cada trabajador fuera del trabajo, y figura su existencia en
cuanto individuo libre.
Pero también es preciso ver el escándalo de una libertad vacía,
de una libertad sin contenido: la libertad del parado es una libertad
de no hacer nada,
porque en cuanto individuo todos los medios de producción le son
negados. El parado es peligroso en la medida en que busca dar un
contenido a su libertad, y esto ha sido bien comprendido por el
poder. Y si éste tiembla hoy, es porque sabe que las cadenas del
parado no son únicamente universales, sino sobre todo radicales:
el parado no protesta contra una injusticia particular,
sino contra la injusticia pura y simple
de ser expulsado al margen de la vida; su emancipación particular es
la emancipación de todos.[2]
Uno
no puede protestar contra el orden dominante conservando la oposición
entre trabajo asalariado y paro. La auténtica alternativa no opone
el trabajo asalariado al paro, sino la actividad libre a la actividad
alienada. Tal posición únicamente demuestra la pasividad
del trabajo asalariado y la naturaleza activa
del parado, ya que este último se ocupa de su propia libertad.
Sonríe,
tenemos la suerte de
beneficiarnos con circunstancias históricas excepcionales. Vivimos
un momento histórico donde el
contexto nos permitirá, con
un poco de empuje, asistir al colapso de toda una civilización.
Nunca una sociedad se había odiado tanto a sí misma. Se puede
entender la actual crisis social como un gigantesco acto de sabotaje
tanto a nivel individual como social. Nos corresponde hacer estallar
la contradicción más evidente
de esta sociedad: la de confersarse como algo detestable, absurdo e
irreparable. En bastantes individuos, en peones y en amas de casa, en
albañiles y en prostitutas, circula ya ese sentimiento de que no
queda tiempo para lamentar nuestras miserias en secreto, de que es
preciso arriesgar todas las cosas para liberarnos de ellas, de que,
considerando que el mal es violento, los remedios deben serlo
también. Somos numerosos para maldecir en silencio un orden social
del que solo se puede ser su esclavo, o su enemigo. El odio que esta
sociedad se confiesa a sí misma nos conduce a realizarlo,
y a elevarlo a su objetivo: a las relaciones
mercantiles, las cuales han devastado todo lo que había de humanidad
en nuestra sociedad.
La
función de nuestra causa podría consistir en constituir una meseta,
una plataforma de articulación de todas las luchas parcelarias en
las que conseguimos reconocer el contenido universal de la lucha
contra la mercancía.
Unificar en su seno todas las luchas aisladas y fragmentarias que
tienden hacia este fin.
«Pensemos
en el ejemplo clásico de la protesta popular (huelgas, manifestación
de masas, boicots) con sus reivindicaciones específicas (“¡No más
impuestos!”, “¡Acabemos con la explotación de los recursos
naturales!”, “¡Justicia para los detenidos!”…): la situación
se politiza cuando la reivindicación puntual
empieza a funcionar como una condensación metafórica de una
oposición global
contra Ellos, los que mandan, de modo que la protesta pasa de
referirse a determinada reivindicación a reflejar la dimensión
universal que esa específica
reivindicación contiene (de ahí que los manifestantes se suelan
sentir engañados cuando los gobernantes, contra los que iba dirigida
la protesta, aceptan resolver la reivindicación puntual; es como si,
al darles la menor, les estuvieran arrebatando la mayor, el verdadero
objetivo de la lucha). Lo que la post-política trata de impedir es,
precisamente, esta universalización metafórica de las
reivindicaciones particulares. La post-política moviliza todo el
aparato de expertos, trabajadores sociales, etc. para asegurarse que
la puntual reivindicación (la queja) de un determinado grupo se
quede en eso: en una reivindicación puntual. No sorprende entonces
que este cierre sofocante acabe generando explosiones de violencia
“irracionales”: son la única vía que queda para expresar esa
dimensión que excede lo particular.»[3]
En
cuanto organizaciones reformistas y burocráticas, las asociaciones
de parados tienen intereses corporativistas y no pueden desear
realmente el fin efectivo del paro, el cual significaría su propio
fin. No tienen otro objetivo que dirigir eternamente una lucha sin
victoria hacia el contenido absurdo. Pasan a ser aliados necesarios
del Espectáculo. Ya no se trata de luchar contra la dirección
ficticia de esta sociedad, sino de autoorganizar nuestras propias
vidas a pesar de la presencia de un poder que ya no tiene otra
existencia que la policial.
Los parados hablamos. Nos
dirigimos abiertamente a institucionales tales como la EPA [Encuesta
de Población Activa]. No podemos dejar impune la insolencia de
dichos especialistas, los cuales hablan de nosotros sin conocernos y
que sufren, en realidad y desde el fondo de su despacho, tanto miedo
de encontrarnos. Tanto las estadísticas como el sondeo son, en
nuestros días, uno de los más poderosos instrumentos de dominación y
de control social. Si el amo de una sociedad es quien detenta la
representación que ella se hace de sí misma, entonces la EPA está
en manos del poder más celoso. Son ellos quienes crean la falsa
consciencia que esta sociedad se da de sí misma. Son ellos quienes
llenan unos conceptos vacíos con números, forzando así el
asentimiento de la sociedad mercantil. Son ellos quienes de forma
mortífera cuantifican la vida. Se podrá siempre hacer callar la
verdad por medio de encuestas.
«Lo sorprendente no es que la gente robe, o que haga huelgas; lo sorprendente es que los hambrientos no roben siempre y que los explotados no estén siempre en huelga.» [4]
Notas:
[1]
"La insurrección que llega",
Comité Invisible.
[2]
"Ejercicios de Metafísica Crítica",
Tiqqun.
[3]
"En defensa de la
intolerancia", Slavoj Žižek.
[4]
"El Anti-Edipo",
Gilles Deleuze y Félix Guattari parafraseando a Wilhem
Reich.
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