El poder reside ahora en las infraestructuras.
Ocupación de la Kasba en Túnez, de la plaza Sintagma en Atenas, de la sede de Westminster en Londres durante el movimiento estudiantil de 2011, cerco del Parlamento en Madrid el 25 de septiembre de 2012 o en Barcelona el 15 de junio de 2011, motines en las afueras de la Cámara de los Diputados en Roma el 14 de diciembre de 2010, tentativa el 15 de octubre de 2011 en Lisboa de invadir la Assembleia da República, incendio de la sede de la presidencia bosnia en febrero de 2014: los lugares del poder institucional ejercen una atracción magnética sobre los revolucionarios. Pero cuando los insurrectos consiguen invadir los parlamentos, los palacios presidenciales y otras sedes de las instituciones como en Ucrania, en Libia o en Wisconsin, es para descubrir lugares vacíos, vacíos de poder y con muebles de mal gusto. No es para impedir al "pueblo" "tomar el poder" que se prohíbe tan ferozmente invadirlos, sino para impedirle darse cuenta de que el poder no reside ya en las instituciones. En ellas solo hay templos desiertos, fortalezas en desuso, simples decorados; y auténticos señuelos para revolucionarios. El impulso popular de invadir la escena para descubrir lo que pasa entre bastidores muestra propensión a ser decepcionante. Incluso los más fervientes complotistas, si tuvieran acceso a ellos, no descubrirían ningún arcano. La verdad es que el poder simplemente no es ya esa realidad teatral a la que la modernidad nos acostumbró.
Sin embargo, la verdad respecto a la localización efectiva del poder no está en modo alguno oculta; somos únicamente nosotros quienes rechazamos verla en la medida en que eso vendría a desilusionar nuestras mas confortables certezas. Basta asomarse a los billetes emitidos por la Unión Europea para percatarse de esta verdad. Ni los marxistas ni los economistas neoclásicos han podido nunca admitirlo, pero es un hecho arqueológicamente establecido: la moneda no es un instrumento económico, sino una realidad esencialmente política. Jamás se ha visto moneda que no esté adosada a un orden político susceptible de garantizarla. Es por esto, también, que las divisas de los diferentes países portan tradicionalmente la figura personal de los emperadores, de los grandes hombres de Estado, de los padres fundadores o las alegorías de carne y hueso de la nación. Ahora bien, ¿qué aparece en los billetes de euro? No figuras humanas ni insignias de una soberanía personal, sino puentes, acueductos, arcos: arquitecturas impersonales cuyo corazón está vacío. Cada europeo porta un ejemplar de la verdad respecto a la naturaleza del poder impreso en su bolsillo. Esta se formula así: el poder reside ahora en las infraestructuras de este mundo. El poder contemporáneo es de naturaleza arquitectural e impersonal, y no representativa y personal. El poder tradicional era de naturaleza representativa: el papa era la representación de Cristo en la tierra; el rey, de Dios; el presidente, del pueblo; y el secretario general del partido, del proletariado. Toda esta política personal ha muerto, y es por esto que los pocos tribunos que sobreviven en la superficie del globo nos entretienen más de lo que nos gobiernan. La plantilla de políticos está efectivamente compuesta de payasos de mayor o menor talento; de ahí el éxito fulminante del miserable Beppe Grillo en Italia o del siniestro Dieudonné en Francia. Con todo, ellos saben al menos divertirte, es incluso su trabajo. Por eso, reprochar a los políticos "no representarnos" no hace sino mantener una nostalgia, además de no decir nada nuevo. Los políticos no están ahí para eso, están ahí para distraernos, ya que el poder está en otra parte. Y es esta justa intuición lo que se vuelve locura entre todos los conspiracionismos contemporáneos. El poder está en gran medida en otra parte, fuera de las instituciones, pero sin embargo no está oculto. O si lo está, lo está como la Carta robada de Poe. Nadie lo ve porque todos lo tienen, en todo momento, ante sus ojos: bajo la forma de una línea de alta tensión, de una autopista, de una rotonda, de un supermercado o de un software de ordenador. Y si está oculto, es como una red de alcantarillas, un cable submarino, fibra óptica corriendo a lo largo de una línea de tren o un data center en pleno bosque. El poder es la organización misma de este mundo, este mundo ingeniado, configurado, diseñado. Aquí radica el secreto, y es que no hay ninguno.
El poder es ahora inmanente a la vida tal y como esta es organizada tecnológica y mercantilmente. Tiene la apariencia neutra de los equipamientos o de la página blanca de Google. Quien determina el agenciamiento del espacio, quien gobierna los medios y los ambientes, quien administra las cosas, quien gestiona los accesos gobierna a los hombres. El poder contemporáneo se ha hecho heredero, por un lado, de la vieja ciencia de la policía, que consiste en velar "por el bienestar y la seguridad de los ciudadanos", y por el otro, de la ciencia logística de los militares, después de haber convertido el "arte de mover los ejércitos" en el arte de asegurar la continuidad de las redes de comunicación y la movilidad estratégica. Absorbidos en nuestra concepción lingüística de la cosa pública, de la política, hemos continuado discutiendo mientras que las verdaderas decisiones eran ejecutadas ante nuestros ojos. Las leyes contemporáneas se escriben con estructuras de acero, y no con palabras. Toda la indignación de los ciudadanos solo puede conseguir golpear su frente aturdida contra el hormigón armado de este mundo. El gran mérito de la lucha contra el TAV en Italia consiste en haber captado con tanta claridad todo lo que se jugaba de político en una simple construcción pública. Es, simétricamente, lo que ningún político puede admitir. Como ese Bersani que replicaba un día a los "No TAV": "después de todo, solo se trata de una línea de tren, no de un bombardero". "Una construcción vale por un batallón", calculaba no obstante el mariscal Lyautey, quien no tenía competidor en "pacificar" las colonias. Si por todo el mundo, desde Rumania hasta Brasil, se multiplican las luchas contra los grandes proyectos de equipamiento, es que esta intuición está imponiéndose por sí misma.
Quien quiera emprender cualquier acción contra el mundo existente, debe partir de esto: la verdadera estructura del poder es la organización material, tecnológica, física de este mundo. El gobierno ya no está en el gobierno. Las "vacaciones del poder" que han durado más de un año en Bélgica lo atestiguan inequívocamente: el país ha podido prescindir del gobierno, de representante elegido, de Parlamento, de debate político, de asuntos electorales, sin que nada se viera afectado en su normal funcionamiento. Idénticamente, Italia marcha desde hace años de "gobierno técnico" en "gobierno técnico", y nadie se inquieta de que esta expresión se remonte al Manifiesto-programa del Partido Político Futurista de 1918, que incubó a los primeros fascistas.
El poder, ahora, es el orden mismo de las cosas, y la policía tiene a su cargo defenderlo. No resulta simple pensar un poder que consiste en unas infraestructuras, en los medios para hacerlas funcionar, para controlarlas y erigirlas. Cómo oponerse a un orden que no se formula, que se construye paso a paso y sin rodeos. Un orden que se ha incorporado en los propios objetos de la vida cotidiana. Un orden cuya constitución política es su constitución material. Un poder que se da menos en las palabras del presidente que en el silencio del funcionamiento óptimo. Cuando el poder se manifestaba por edictos, leyes y reglamentos, dejaba un asidero a la crítica. Pero no se critica un muro, se destruye o se le hace un grafiti. Un gobierno que dispone la vida a través de sus instrumentos y acondicionamientos, cuyos enunciados asumen la forma de una calle bordeada de conos y vigilada por cámaras, solo exige, la mayoría de las veces, una destrucción, a su vez, sin rodeos. De este modo, dirigirse contra el marco de la vida cotidiana se ha vuelto un sacrilegio: es semejante a violar su constitución. El recurso indiscriminado a los destrozos en los motines urbanos indica a la vez la consciencia de este estado de cosas, y una relativa impotencia frente a él. Desgraciadamente, el orden enmudecido e incuestionable que materializa la existencia de una parada de autobús no cae hecho pedazos cuando esta es destruida. La teoría de las ventanas rotas continúa vigente cuando se han roto todos los escaparates.
Toda Constitución es papel mojado; la verdadera Constitución es técnica, física, material. La escriben quienes diseñan, construyen, controlan y gestionan la infraestructura técnica de la vida, las condiciones materiales de existencia. Por supuesto no se trata de "adueñarse" o "apoderarse" de la organización técnica de la sociedad (este fue uno de los grandes errores de la Revolución Rusa), sino de subvertirla, transformarla, reapropiársela, hackearla.
Nota
Fragmento extraído de "A nuestros amigos", del Comité Invisible.
Nota
Fragmento extraído de "A nuestros amigos", del Comité Invisible.
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