Periódicamente
la izquierda es derrotada. Eso nos divierte pero no es suficiente. Su
derrota, la queremos definitiva. Sin remedio. Que nunca jamás el
espectro de una oposición conciliable revolotee en el espíritu de
aquellos que se saben inadecuados al funcionamiento
capitalista. La izquierda –y esto lo admite hoy en día todo el
mundo, aunque ¿nos acordaremos de ello pasado mañana?– forma
parte de los dispositivos de neutralización de la sociedad liberal.
Cuanto más se verifica la implosión de lo social, más invoca la
izquierda “la sociedad civil”. Cuanto más actúa impune y
arbitrariamente la policía, más se declara pacifista. Cuanto más
se libera el Estado de las últimas formalidades jurídicas, más
ciudadana se proclama. Cuanto más crece la urgencia de apropiación
de los medios necesarios para nuestra existencia, más nos exhorta a
esperar, a reclamar la mediación, incluso la protección, de
nuestros amos. Es la izquierda la que nos prescribe hoy, frente a
gobiernos que se sitúan abiertamente en el terreno de la
guerra social, que nos convirtamos en sus interlocutores, que
redactemos nuestras quejas, formulemos reivindicaciones, o estudiemos
la economía política. De Léon Blum a Lula, la izquierda no ha sido
más que eso: el partido del hombre, del ciudadano y de la
civilización. Hoy, ese programa coincide íntegramente con el
programa contrarrevolucionario: mantener en vigor el conjunto de
ilusiones que nos paralizan. La vocación de la izquierda es expresar
un sueño que solamente el imperio tiene los medios de alcanzar. Es
la vertiente idealista de la modernización imperial, la válvula de
escape necesaria al ritmo insoportable del capitalismo. Ya ni le hace
ascos a escribirlo en las publicaciones del propio ministerio francés
de la Juventud, Educación e Investigación: “En la actualidad
cualquiera sabe que sin la ayuda concreta de los ciudadanos, el
Estado no tendría los medios ni el tiempo necesario para lograr las
obras que pueden evitar la explosión de nuestra sociedad” [1]
Hoy,
deshacer la izquierda, es decir mantener constantemente abierto el
canal de la desafección social, no es solamente necesario sino
posible. Somos testigos, cuando por otro lado se refuerzan a un ritmo
acelerado las estructuras imperiales, del pasaje de la vieja
izquierda trabajista, enterradora del movimiento obrero y surgida de
él, a una nueva izquierda, mundial, cultural, de la que puede
decirse que tiene al negrismo como punta de lanza. Esta nueva
izquierda no termina de asentarse aún ante la reciente
neutralización del “movimiento antiglobalización”. Sus nuevos
engaños son vistos como tales, mientras que los viejos ya no sirven.
Nuestra
tarea es arruinar la izquierda mundial allí donde se manifieste,
sabotear metódicamente, es decir, tanto en la teoría como en la
práctica, cada uno de sus posibles momentos de constitución. En ese
sentido, nuestro éxito en Génova no reside tanto en los
espectaculares enfrentamientos con la policía o en los daños
infligidos a los órganos del Estado y el Capital, como en el hecho
de que la difusión de prácticas de confrontación propias al “Black
Bloc” en todos los bloques de la manifestación torpedease
la apoteosis anunciada por los Tute Bianche. As^[í como nuestro
fracaso desde entonces se encuentra en no haber sabido elaborar
nuestra posición de modo tal que esa victoria en la calle se
convirtiese en algo más que en un simple espantajo agitado
sistemáticamente por todos los movimientos llamados “pacifistas”.
Es el actual repliegue de esta izquierda mundial en los foros
sociales –repliegue debido a que ha sido vencida en la calle–
lo que debemos atacar.
[1] Ganas de actuar – La guía del compromiso.
[2] Fragmento extraído del libro "Llamamiento y otros fogonazos". Enlace: http://www.rebelion.org/docs/87438.pdf
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