domingo, 6 de septiembre de 2015

Impedir por todos los medios la recomposición de la izquierda.

Periódicamente la izquierda es derrotada. Eso nos divierte pero no es suficiente. Su derrota, la queremos definitiva. Sin remedio. Que nunca jamás el espectro de una oposición conciliable revolotee en el espíritu de aquellos que se saben inadecuados al funcionamiento capitalista. La izquierda –y esto lo admite hoy en día todo el mundo, aunque ¿nos acordaremos de ello pasado mañana?– forma parte de los dispositivos de neutralización de la sociedad liberal. Cuanto más se verifica la implosión de lo social, más invoca la izquierda “la sociedad civil”. Cuanto más actúa impune y arbitrariamente la policía, más se declara pacifista. Cuanto más se libera el Estado de las últimas formalidades jurídicas, más ciudadana se proclama. Cuanto más crece la urgencia de apropiación de los medios necesarios para nuestra existencia, más nos exhorta a esperar, a reclamar la mediación, incluso la protección, de nuestros amos. Es la izquierda la que nos prescribe hoy, frente a gobiernos que se sitúan abiertamente en el terreno de la guerra social, que nos convirtamos en sus interlocutores, que redactemos nuestras quejas, formulemos reivindicaciones, o estudiemos la economía política. De Léon Blum a Lula, la izquierda no ha sido más que eso: el partido del hombre, del ciudadano y de la civilización. Hoy, ese programa coincide íntegramente con el programa contrarrevolucionario: mantener en vigor el conjunto de ilusiones que nos paralizan. La vocación de la izquierda es expresar un sueño que solamente el imperio tiene los medios de alcanzar. Es la vertiente idealista de la modernización imperial, la válvula de escape necesaria al ritmo insoportable del capitalismo. Ya ni le hace ascos a escribirlo en las publicaciones del propio ministerio francés de la Juventud, Educación e Investigación: “En la actualidad cualquiera sabe que sin la ayuda concreta de los ciudadanos, el Estado no tendría los medios ni el tiempo necesario para lograr las obras que pueden evitar la explosión de nuestra sociedad” [1] 

Hoy, deshacer la izquierda, es decir mantener constantemente abierto el canal de la desafección social, no es solamente necesario sino posible. Somos testigos, cuando por otro lado se refuerzan a un ritmo acelerado las estructuras imperiales, del pasaje de la vieja izquierda trabajista, enterradora del movimiento obrero y surgida de él, a una nueva izquierda, mundial, cultural, de la que puede decirse que tiene al negrismo como punta de lanza. Esta nueva izquierda no termina de asentarse aún ante la reciente neutralización del “movimiento antiglobalización”. Sus nuevos engaños son vistos como tales, mientras que los viejos ya no sirven. 

Nuestra tarea es arruinar la izquierda mundial allí donde se manifieste, sabotear metódicamente, es decir, tanto en la teoría como en la práctica, cada uno de sus posibles momentos de constitución. En ese sentido, nuestro éxito en Génova no reside tanto en los espectaculares enfrentamientos con la policía o en los daños infligidos a los órganos del Estado y el Capital, como en el hecho de que la difusión de prácticas de confrontación propias al “Black Bloc” en todos los bloques de la manifestación torpedease la apoteosis anunciada por los Tute Bianche. As^[í como nuestro fracaso desde entonces se encuentra en no haber sabido elaborar nuestra posición de modo tal que esa victoria en la calle se convirtiese en algo más que en un simple espantajo agitado sistemáticamente por todos los movimientos llamados “pacifistas”. Es el actual repliegue de esta izquierda mundial en los foros sociales –repliegue debido a que ha sido vencida en la calle– lo que debemos atacar. 

[1] Ganas de actuar – La guía del compromiso. 

[2] Fragmento extraído del libro "Llamamiento y otros fogonazos". Enlace: http://www.rebelion.org/docs/87438.pdf

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