jueves, 5 de febrero de 2015

Los parados y los quietos.

«¿Por qué combaten los hombres [y las mujeres] por su servidumbre como si se tratase de su salvación?» Spinoza.

No existe el "movimiento de parados". Todo aquello que la dominación es capaz de nombrar se vuelve, irremediablemente, incapaz de incitar su contestación. El hecho de que una pretensión pueda ser tachada por el poder como movimiento muestra desde un principio su completa inocuidad, su absoluta carencia de pretensión radical. En la actual configuración de hostilidades ese es el primer síntoma de su convivencia con la dominación.

«Huir
 de 
la
 visibilidad.
 Regresar 
al 
anonimato 









en 
posición 
ofensiva. La
 visibilidad 
está
 en
 huir. 
Pero 
una
 fuerza 
que 
se
 incorpora 
en 
la
 sombra
 nunca 
puede
 esquivarla.
 Se 
trata
 de
 aplazar
 nuestra
 aparición
 como 
fuerza
 hasta
 el
 momento
 oportuno.
 Pues
 cuanto
 más
 tarde
 nos
 encuentra
 la
 visibilidad,
 más
 fuertes 
nos
 encuentra.
 Y
 una 
vez 
ingresados 
en 
la 
visibilidad,
 nuestro
 tiempo
 está
 contado.
 O
 estamos
 en
 disposición
 de
 pulverizar
 su
 reinado
 en 
breve 
plazo 
o
 será
 ella 
quien
 nos
 aplaste
 sin
 tardanza.»[1]

En cuanto a "ser un parado", únicamente expresa que dicha persona no trabaja en el seno de una sociedad en la que trabajar, es decir, entrar en cierto tipo de relaciones de dominación, es la norma. El concepto de "parado", por lo tanto, únicamente nos remite la obligación de trabajar en la sociedad mercantil.

La noción de "parado" sigue siendo una arma de primera fila para la dominación, de manera que la actual crisis del sistema de trabajo únicamente puede ser comprendida como la crisis de la dominación. Es preciso tomar como punto de partida que el trabajo alienado no existe fuera del sistema de representaciones de la dominación, es decir, que queda por inventar mediante la guerra otro modo de desvelar la realidad; la verdadera comunidad.

Es raro que un movimiento sea popular a proporción de su radicalidad. La simpatía que un movimiento recibe proviene del hecho de que, en una sociedad sin comunidad, la identidad de cada uno está exclusivamente determinada por su función en el proceso de producción, por su trabajo. De esto se sigue que, fuera de este trabajo que conforma toda la existencia, este individuo no es nada más que un ser sin identidad, sin clase, un anónimo, una singularidad cualquiera, un parado. En cuanto tal, el parado es la situación de cada trabajador fuera del trabajo, y figura su existencia en cuanto individuo libre. Pero también es preciso ver el escándalo de una libertad vacía, de una libertad sin contenido: la libertad del parado es una libertad de no hacer nada, porque en cuanto individuo todos los medios de producción le son negados. El parado es peligroso en la medida en que busca dar un contenido a su libertad, y esto ha sido bien comprendido por el poder. Y si éste tiembla hoy, es porque sabe que las cadenas del parado no son únicamente universales, sino sobre todo radicales: el parado no protesta contra una injusticia particular, sino contra la injusticia pura y simple de ser expulsado al margen de la vida; su emancipación particular es la emancipación de todos.[2]

Uno no puede protestar contra el orden dominante conservando la oposición entre trabajo asalariado y paro. La auténtica alternativa no opone el trabajo asalariado al paro, sino la actividad libre a la actividad alienada. Tal posición únicamente demuestra la pasividad del trabajo asalariado y la naturaleza activa del parado, ya que este último se ocupa de su propia libertad.

Sonríe, tenemos la suerte de beneficiarnos con circunstancias históricas excepcionales. Vivimos un momento histórico donde el contexto nos permitirá, con un poco de empuje, asistir al colapso de toda una civilización. Nunca una sociedad se había odiado tanto a sí misma. Se puede entender la actual crisis social como un gigantesco acto de sabotaje tanto a nivel individual como social. Nos corresponde hacer estallar la contradicción más evidente de esta sociedad: la de confersarse como algo detestable, absurdo e irreparable. En bastantes individuos, en peones y en amas de casa, en albañiles y en prostitutas, circula ya ese sentimiento de que no queda tiempo para lamentar nuestras miserias en secreto, de que es preciso arriesgar todas las cosas para liberarnos de ellas, de que, considerando que el mal es violento, los remedios deben serlo también. Somos numerosos para maldecir en silencio un orden social del que solo se puede ser su esclavo, o su enemigo. El odio que esta sociedad se confiesa a sí misma nos conduce a realizarlo, y a elevarlo a su objetivo: a las relaciones mercantiles, las cuales han devastado todo lo que había de humanidad en nuestra sociedad.

La función de nuestra causa podría consistir en constituir una meseta, una plataforma de articulación de todas las luchas parcelarias en las que conseguimos reconocer el contenido universal de la lucha contra la mercancía. Unificar en su seno todas las luchas aisladas y fragmentarias que tienden hacia este fin.

«Pensemos en el ejemplo clásico de la protesta popular (huelgas, manifestación de masas, boicots) con sus reivindicaciones específicas (“¡No más impuestos!”, “¡Acabemos con la explotación de los recursos naturales!”, “¡Justicia para los detenidos!”…): la situación se politiza cuando la reivindicación puntual empieza a funcionar como una condensación metafórica de una oposición global contra Ellos, los que mandan, de modo que la protesta pasa de referirse a determinada reivindicación a reflejar la dimensión universal que esa específica reivindicación contiene (de ahí que los manifestantes se suelan sentir engañados cuando los gobernantes, contra los que iba dirigida la protesta, aceptan resolver la reivindicación puntual; es como si, al darles la menor, les estuvieran arrebatando la mayor, el verdadero objetivo de la lucha). Lo que la post-política trata de impedir es, precisamente, esta universalización metafórica de las reivindicaciones particulares. La post-política moviliza todo el aparato de expertos, trabajadores sociales, etc. para asegurarse que la puntual reivindicación (la queja) de un determinado grupo se quede en eso: en una reivindicación puntual. No sorprende entonces que este cierre sofocante acabe generando explosiones de violencia “irracionales”: son la única vía que queda para expresar esa dimensión que excede lo particular.»[3]

En cuanto organizaciones reformistas y burocráticas, las asociaciones de parados tienen intereses corporativistas y no pueden desear realmente el fin efectivo del paro, el cual significaría su propio fin. No tienen otro objetivo que dirigir eternamente una lucha sin victoria hacia el contenido absurdo. Pasan a ser aliados necesarios del Espectáculo. Ya no se trata de luchar contra la dirección ficticia de esta sociedad, sino de autoorganizar nuestras propias vidas a pesar de la presencia de un poder que ya no tiene otra existencia que la policial.

Los parados hablamos. Nos dirigimos abiertamente a institucionales tales como la EPA [Encuesta de Población Activa]. No podemos dejar impune la insolencia de dichos especialistas, los cuales hablan de nosotros sin conocernos y que sufren, en realidad y desde el fondo de su despacho, tanto miedo de encontrarnos. Tanto las estadísticas como el sondeo son, en nuestros días, uno de los más poderosos instrumentos de dominación y de control social. Si el amo de una sociedad es quien detenta la representación que ella se hace de sí misma, entonces la EPA está en manos del poder más celoso. Son ellos quienes crean la falsa consciencia que esta sociedad se da de sí misma. Son ellos quienes llenan unos conceptos vacíos con números, forzando así el asentimiento de la sociedad mercantil. Son ellos quienes de forma mortífera cuantifican la vida. Se podrá siempre hacer callar la verdad por medio de encuestas.

«Lo sorprendente no es que la gente robe, o que haga huelgas; lo sorprendente es que los hambrientos no roben siempre y que los explotados no estén siempre en huelga.» [4]

Notas:

[1] "La insurrección que llega", Comité Invisible.
[2] "Ejercicios de Metafísica Crítica", Tiqqun.
[3] "En defensa de la intolerancia", Slavoj Žižek.
[4] "El Anti-Edipo", Gilles Deleuze y Félix Guattari parafraseando a Wilhem Reich.

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