jueves, 12 de noviembre de 2015

Adicción y conexión

Se cumplen cien años de la prohibición del uso de drogas en Estados Unidos y Gran Bretaña. Prohibición que poco después se impuso en todo el mundo. Hace ya un siglo que se tomó la fatídica decisión de coger a los adictos para castigarles, hacerlos sufrir y estigmatizarlos, porque creían que eso los disuadiría y les daría un incentivo para detener su consumo. Cuando tratas con adictos y te preguntas cómo ayudarles, uno se da cuenta de la increíble cantidad de preguntas básicas que hay sin responder. Por ejemplo, ¿qué es lo que provoca una adicción? ¿Por qué seguimos con esta perspectiva que aparentemente no funciona? ¿No habrá una mejor manera de intentarlo? Considero que he estudiado, debatido, compartido y vivido lo suficiente el mundo de las adicciones para decir que casi todo lo que creemos saber sobre la adicción está equivocado, o cuanto menos sesgado.


Empecemos por lo que creemos que sabemos. Pensamos que, como hay ganchos o preferencias químicas en la heroína, por ejemplo, si la consumes por un tiempo tu cuerpo se hará dependiente a estos ganchos. Empezarás a necesitarlos físicamente. Pero es fácil adivinar que algo no cuadra. Cuando alguien es hospitalizado se le administra mucha diamorfina (es heroína mucho más pura que la que se vende en la calle). Y la van a recetar por un largo periodo de tiempo. Si lo que creemos de la adicción es correcto, todas las personas expuestas a los ganchos químicos deberían volverse adictos, incluso entre las millones de personas hospitalizadas en todo el mundo a las que se le administra diamorfina. Se ha estudiado cuidadosamente y eso no sucede, lo cual es cuanto menos sospechoso.

Tiempo después descubrí a Bruce Alexander, un profesor de psicología de Vancouver, el cual realizó un experimento increíble que nos ayuda a comprender este tema. La idea de adicción que todos tenemos proviene, en parte, de una serie de experimentos realizados a principios del siglo XX. Estos experimentos eran muy sencillos. Consistían en colocar a una rata en una jaula y se le ofrecían dos botellas de agua. Una de las botellas contenía solo agua, y la otra era agua mezclada con heroína o cocaína. Los resultados mostraron que la rata casi siempre prefería el agua con droga y su vida terminaba bastante rápido por sobredosis. En los años 70, cuando el profesor Alexander vio esta serie de experimentos se dio cuenta de algo. Se percató de que la rata estaba en una jaula vacía y solitaria. No tenía nada que hacer excepto usar drogas. De manera que el profesor Alexander probó algo diferente y construyó una jaula a la que llamó "Parque de ratas", la cual era básicamente el paraíso para las ratas. Había queso, aposentos mullidos, túneles, ruedas de ejercicio y lo que es crucial; las ratas se encontraban en compañía mutua, no estaban aisladas. Se sabe que las ratas, al igual que los seres humanos, son seres eminentemente sociales. En esta jaula mejorada también se les puso a disposición las dos botellas de agua, una con agua normal y la otra agua con droga. Lo fascinante fue que en el parque de ratas, a las ratas no les gustaba el agua con droga. Casi nunca la tomaban. Ninguna la usó compulsivamente. Ninguna tuvo sobredosis en ese ambiente feliz y lleno de relaciones. Casi el 100% de ellas sufrieron sobredosis al estar aisladas.

Si creemos en la historia de los ganchos químicos, esto no tiene ningún sentido. El profesor Alexander empezó a pensar que había una historia diferente de la adicción. ¿Y si la adicción no tiene que ver con los ganchos químicos? ¿Y si la adicción tiene que ver con tu jaula? ¿Y si la adicción tiene que ver con tu adaptación al ambiente? Por supuesto, este experimento tiene una falla importante: el hecho de que la jaula mejorada sigue siendo una jaula, y por lo tanto sigue siendo un medio carente de libertad. Pero a pesar de ello resulta útil para entender el proceso de la adicción.

Otro profesor, Peter Cohen, dijo: "tal vez no tendríamos que llamarlo adicción. Tal vez deberíamos llamarlo conexión, o falta de ella". El ser humano tiene una necesidad natural e innata de conectarse. Pero si no pueden hacerlo (por las razones que sean), van a vincularse con algo que les dé alguna sensación de alivio. Pueden ser juegos del azar, pornografía, cocaína o cannabis. Van a vincularse con algo porque es nuestra naturaleza.

Parte esencial de la adicción (y la evidencia parece que lo sugiere), es el no poder soportar estar presentes en nuestras vidas. Y esto es muy significativo, sobre todo en lo que refiere a la "guerra contra las drogas". En casi todo el mundo se trata a los adictos mediante el castigo, la vergüenza, la estigmatización y la culpabilidad, lo cual dificulta enormemente el establecimiento de esas conexiones. Se construyen obstáculos donde deberían construirse facilidades, apoyos y afectos. Gabor Maté, un doctor en Canadá, dijo: "si quieres diseñar un sistema que empeore la adicción, deberías diseñar este".

Hay un lugar donde decidieron hacer lo contrario. En el año 2000, Portugal tenía uno de los peores problemas de drogas en Europa. Había una increíble cantidad de personas adictas a la heroína, y cada vez más y más se usaba el método estadounidense: castigaban a las personas, las avergonzaban, las marcaban, y cada año el problema era peor. Ante esa situación, se decidió crear un panel de científicos para ver cómo se podía resolver realmente el problema. Tras revisar toda la evidencia hasta el momento, este grupo de científicos dijo: "despenalicen todas las drogas, desde el cannabis hasta el crack, pero (y este es un paso crucial) coged el dinero que gastáis en aislar a los adictos y en desconectarlos, e invertidlo en reconectarlos". La meta era asegurarse de que cada adicto en Portugal tuviese algo que los hiciera dejar la cama por la mañana. Los adictos de Portugal dijeron que al redescubrir su propósito, redescubrieron sus vínculos y sus relaciones con las comunidades de las que formaban parte. Este año se cumplirán quince años desde que empezó este experimento a gran escala, y los resultados están ahí: el uso de drogas inyectables se ha reducido (de acuerdo al British Journal of Criminology), en un 50%. Tanto las sobredosis como el VIH se redujeron enormemente entre los adictos.

Estos resultados se obtuvieron llevando a cabo, sobre todo, programas masivos de empleo. Bajo el sistema capitalista, la única sociabilidad que se ha dejado intacta es el trabajo, es decir, la sociabilidad bajo control. Es en ese medio controlado donde la inmensa mayoría de personas se conectan con el resto, y es ahí donde el gobierno de Portugal actuó. Si aun a través de esta sociabilidad bajo control que es el trabajo se han logrado estos resultados tan sorprendentes, solo cabe imaginar la enorme recuperación que supondría eliminar la jaula, en lugar de limitarse a hacerla más agradable. Al igual que en el "parque de las ratas", esta experiencia (aunque no sea idílica) nos ayuda a sacar valiosas lecciones de cara al futuro.

Por supuesto que todo esto tiene una serie de implicaciones políticas bien remarcadas. Si resulta cierto que la desconexión es el motor más importante de la adicción, ¿qué hacer en un mundo diseñado para que cada cual se quede dentro de las cuatro pringosas paredes de su privacidad? Hace mucho tiempo que ha calado el discurso de que cada uno ha de buscarse "su" vida, que cada uno tiene que cuidarse o desarrollarse por sí mismo. No existe propuesta vital alguna que incluya a terceros. Nuestras metrópolis son los puntos donde se desarrolla con más eficacia estas técnicas políticas del capitalismo. Un medio en el que todo está hecho para que lo humano se relacione solamente consigo mismo y se produzca separado de las otras formas de existencia. Sobre la base de esta separación es donde opera toda adicción. A pesar de que creemos estar más conectados que nunca, estas relaciones que creemos tener son solamente una parodia de las conexiones humanas auténticas. Las ratas aisladas son mucho más propensas a desarrollar adicciones, y los seres humanos (sobre todo en Occidente) también somos cada vez más propensos a ello. La vida se parece cada vez más a una jaula aislada.

Nadie sabe lo que puede un encuentro.

El profesor Bruce Alexander dijo: "hablamos de la adicción siempre como una recuperación individual, pero necesitamos hablar más de una recuperación social". Esta tesis es tan cierta para las adicciones como lo es para el "fracaso escolar", para la criminalidad, para la depresión o para las autolesiones. El hecho de que todo esto sea un problema tan grande dentro de nuestra sociedad revela que no todo está bien en nuestro mundo colectivo, revela el estrés psicológico en masa producido por unas condiciones de existencia completamente alienadas. El gran problema de la ciencia empirista es que al ser tan determinista y reduccionista termina por abstraer a las personas vivientes y sufrientes del contexto social y político dentro del cual se desarrollan.

La cuestión social por excelencia es la de la relación con el mundo. El aislamiento, la separación entre el individuo y la comunidad, son la condición misma del funcionamiento de la maquinaria capitalista.[1]

Mientras sigamos viendo estos comportamientos adictivos como enfermedades de las cuales hay una esperanza de cura basada únicamente en cambiar el mundo interno del enfermo (mediante fármacos, terapias o castigos), en vez de derrocar el sistema estableciendo las conexiones y las solidaridades necesarias, la mayor parte de nuestros esfuerzos serán en vano. Porque lo opuesto a la adicción no es la sobriedad; es la conexión, el vínculo, el lazo.

La historia del movimiento revolucionario es, en primer lugar, la historia de los lazos que le otorgan su consistencia.

Cuando trabajo con drogodependientes, personas a las que quiero, les hago saber que no voy a juzgarles, castigarles o coaccionarles. Al contrario, trato de establecer esas conexiones interpersonales y afectivas que actúan verdaderamente como una terapia. La potencia insurreccional de nuestros cuerpos vendrá más adelante. Por ahora se tienen que establecer afectos, conexiones y solidaridades en el día a día.

Ojalá no hubiese sido necesario todo este proceso de investigación, todo este devaneo analítico que tiende a deshumanizar a quienes padecen. Ojalá hubiese sido suficiente con tener la voluntad de ayudar para efectivamente poder hacerlo. Si fuera fácil no lo llamarían lucha.

Cien años. Durante cien años hemos cantado canciones de guerra contra las personas adictas. Cantemos ahora canciones de guerra contra la civilización.

Notas

[1] Fragmento del libro ¿Chusma?, de Dell Umbria Alessi.

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