viernes, 21 de noviembre de 2014

Jaulas - de Michela Angelini

Original en italiano



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Me llamo Michela Angelini y soy una mujer transgénero, pansexual, antiespecista. Estas pocas palabra bastan para definirme a los ojos de la sociedad. Estas pocas palabras forman la pequeña jaula de diversidad en la que estoy recluida para tranquilizar a aquellxs que tienen la necesidad de saberme encerrada tras un confín de barrotes que me mantienen lejos, distinta, identificable por los que me juzgan mirándome de arriba a abajo. Un confinamiento que trata de impedir que contamine con mi diversidad la buena sociedad que me rodea.

Mi marca en la oreja* habla claro: soy una persona nacida macho y cuando naces macho la única expresión social dada es la de comportarse como "hombre". Me negué a mi destino social, he rechazado las expectativas de aquella estructura fija y rígida que proporciona una clara división de roles y destinos para los hombres - masculinos - sementales y las mujeres - femeninas - yeguas. Abrí la jaula y salí afuera. Yo, según ellos, he emprendido la transición, el viaje, que me llevará de la primera jaula a la segunda. Las reglas son claras. Necesitamos primero un certificado, un documento firmado por un experto en salud mental que, solo después de haber verificado la imposibilidad de vivir en aquella condición particular, que llamamos "hombre", autoriza la salida. El conductor que se encarga de nuestro viaje es un  endocrino, autorizado para suministrar hormonas de feminización que, de mes en mes y de año en año, van a cambiar nuestras características, permitiendo que otros nos vean finalmente por aquello que somos: mujeres. Desde este momento nos llamamos trans, etiqueta asociada al dolor de vivir, a la marginación, a la idea de alguien perverso, a no estar a la altura de aquello que hemos elegido. Trans, es más que eso. Transexual, Es más que el sexo, porque el aspecto exterior, en este punto, no se corresponde con el sexo que determinan los genitales, y esto no está bien si quieres entrar a todos los efectos en aquel grupo llamado "mujeres", grupo que constante y equivocadamente es llamado "féminas". El documento de nacimiento habla claro, hay estampada una "M" y para poder cambiarla a una "F" hay un precio a pagar: mutilar una parte del propio cuerpo, aquella que puede usarse para procrear. Hay que recorrer a los tribunales, porque amputar un órgano sano necesita autorización y, después de la intervención de castración quirúrgica o de reconversión quirúrgica del sexo (incluso se reconstruye algo muy parecido al aparato femenino externo), nuevamente el juez debe certificar el cambio para así poder conceder el nuevo documento. Solo entonces estamos rehabilitadas, aparentemente de la cabeza a la nueva vagina, nadie sospechará más de nuestra transición. Mujeres ex trans, como muchas se definen. Ahora, finalmente, podemos ser felizmente víctimas del sexismo, aceptar un sueldo inferior al que tendríamos si siguiésemos siendo hombres, podemos casarnos con un vestido blanco y hablar de cotilleos sin que nadie pueda decir nada.

Pero a mí esto no me interesa. El cuerpo no es otra cosa que uno de todos los medios de comunicación que tenemos a disposición y que, en mi caso, mandaba a otras personas mensajes distorsionados. Mi expresión de género era totalmente distinta de aquella que quería comunicar. Aprendí cómo retirar los cuerpos de sus pedestales, aquellos cuerpos considerados como símbolo-status, objetos a modelar para escalar en la pirámide social, son para mí solo envoltorios parlantes. También por eso me declaro pansexual, potencialmente atraída por nadie, porque no puedo aceptar que un cuerpo divida quién me puede interesar y quién no.


Por eso rechazo el destino que el sistema me propone, no puede ser el único: la transición no es un viaje anatómico de "macho" a "hembra", es un viaje social. De "hombre" a "mí misma". Vivo como mujer desde hace años y no puedo aceptar que el reconocimiento social de mi género, aquello que es obvio hasta que muestro un documento, deba pasar por el reconocimiento de un juez. Yo me autodetermino porque, como cualquier ser viviente, existo y soy un sujeto, no un objeto.


Soy un sujeto, por lo tanto el punto de vista me puede permitir sentarme y mirar a otrxs que están en frente de los barrotes. Observo y me doy cuenta de que ningún modo estoy sola. Conmigo están otrxs hombres y mujeres: migrantes, gays, lesbianas, padres homosexuales, discapacitadxs, gitanxs, personas no conformes con su género, intersex, asexuales, presxs, poliamor y animales no-humanxs. Animales que han escapado de las rejas y las convenciones, animales liberados de las barreras varias, animales nacidos libres, nómadas. Animales, humanxs y no-humanxs, que continúan impertérritos viviendo en el mismo lugar ocupado por el hombre que, aunque intenta exterminarlos, resisten, generación tras generación.


Veo mi otra transición, la de verdad. Nací opresor pero, para seguir con mi naturaleza, me cambié a oprimida. Perdí retazos de poder pero ahora, como una persona libre, entiendo que los barrotes no me encarcelan y finalmente veo la verdadera jaula: sexismo, machismo, homo/transfobia, racismo, especismo, intolerancia y prejuicio. He cambiado el paradigma, veo el mundo con otros ojos, por eso somos problemas, antisociales, para evitar e insultar, fuera de control, improductivxs, apartadxs, para ser eliminadxs.


Pocos minutos de razonamiento, pero ha llevado años para formarse y reunir el nivel de consciencia actual. Años en los que mi vida ha cambiado totalmente. He trabajado de veterinaria en una clínica para caballos. Estudié veterinaria porque quería hacerme cargo de esos animales que para mí siempre han sido especiales, amigxs. Me preguntaba por qué en el curso se perdía tanto tiempo estudiando el control de la carne, la producción de leche, la planificación y el control de las explotaciones agrícolas, a expensas de la materia propiamente médica. Traté de compensar las inevitables lagunas pasando gran parte de mi tiempo libre cuidando potros y terneros en la faculdad. Algunos de estos terneros habían sido regalados a la facultad porque enfermaron, para después ser devueltos a la granja. Pero pensé que era normal. Potros y terneros que después de ser curados, podrían competir con una silla de montar o estar enganchados a un carro. Curarles me parecía mi deber. Caballos que, para su salud, no deberían haber hecho carreras y caballos que necesitaban una intervención quirúrgica para salvar la vida que nadie quería pagar. Caballos que necesitaban ser sacrificados porque eran demasiado mayores y caballos agonizantes que morían delante de mí porque nadie me autorizaba la eutanasia. Empecé a preguntarme como todo esto podía ser visto como algo normal. Después vi muy claro por qué el curso estaba estructurado así: lo que un médico veterinario debe hacer es asegurarse de la salubridad de los alimentos que el hombre comerá y asegurarse de curar los animales que el hombre posee y quiere curar. El veterinario está a servicio del hombre, no del animal. El animal, palabra que debería significar 'ser dotado de alma', en realidad, es solo un cuerpo, un conjunto de piezas anatómicas unidas solamente por la voluntad del humano que es dueño, propietario, juez de vida o de muerte. El animal para el Estado es solo un cuerpo de producción, de compañía o de deporte. Yo para el estado soy solo un cuerpo, macho o hembra. Los Gobiernos han usado muchas veces el exterminio y el confinamiento de ganado, granjas y especies enteras de animales para proteger la salud del hombre y preservar la calidad de lo que ha decidido comer. Los gobiernos han usado muchas veces el exterminio y el confinamiento para someter a transexuales, migrantes, homosexuales, gitanxs y discapacitadxs. Solo soy un animal humano y de igual a igual no puedo estar de acuerdo con lo que pide un dueño - propietario a costa de la salud de un sujeto animal no humano.

De cualquier forma, casi automáticamente, he transmutado mi experiencia personal de humano deshumanizado a la realidad de desanimalización animal. Nunca podría haber aceptado mi estado si no hubiese primero leído estudios de género e historias de otra realidad, distinta a la nuestra, pero en la que hay personas como yo. Distinta sociedad a la de lxs nativxs americanxs, por ejemplo, con la existencia del "Two Spirit", persona nacida con un sexo concreto pero que tiene el alma de ambos géneros y que, precisamente por este don, tienen un papel relevante dentro de la tribu. Hoy le llamaríaos transgénero o personas sin género establecido. 

Por tanto he entendido y aceptado no hacer otra cosa que seguir mi destino, a pesar de los obstáculos y las reglas humanas de la sociedad moderna. De cualquier modo, leyendo y estudiando he descubierto una amplia gama de sociedades distintas de aquellas que están en cautiverio, de aquellas que siguen las reglas impuestas del hombre, de la que estaba habituada. He descubierto, por ejemplo, la otra finalidad distinta a la finalidad procreativa del sexo. Hasta hoy no he encontrado especie animal que no tenga individuos homosexuales y, como si no fuese suficiente, los bisexuales de las especies son mayores en número respecto a los exclusivamente heterosexuales. Los animales tienen sexo por diversión, los que viven en parejas estables homosexuales pueden adoptar crías, formar amistades y alianzas, construir objetos y refugios, comunicar y tomar decisiones.

La relación entre mi historia y la del sufrimiento animal me ayudó a entender que el sistema de dominio al que todos los seres humanos, más o menos conscientemente, compartimos y participamos y del que todxs, de manera más consciente o menos, somos esclavxs, es lo mismo que oprime con la misma dinámica también, a los animales y la tierra. Solo aceptando ser parte del problema podemos descomponerlo, analizar y reformular el sistema de forma que nos agrade y sea más respetuoso para todxs. 


*Identificativo que se engancha a la oreja de los bovinos.









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