Es sabido que en última
instancia es la policía quien tiene el monopolio de la violencia
legítima. Y es únicamente por esta razón que el poli soporta la
humillación diaria de verse sometido a mera obediencia, porque es
solamente a través de la obediencia que puede reprimir y golpear, es
decir, destapar y dejar correr su resentimiento de esclavo. El
ciudadano (cuyo conjunto conforma esa masa equivalente a una
impotencia estadística) es aquel sujeto que delega la
capacidad de su
violencia a la policía, y lo hace únicamente a cambio de otras
esclavitudes (consumir, trabajar, pasear bajo el ojo vigilante de la
ley coercitiva), las cuales tienen como única función tenerlo en su
lugar (lugar tanto espacial como jerárquico), tenerlo encerrado
entre las cuatro paredes de su privacidad mientras “los otros”
ejercen sus labores arbitrarias con total impunidad. El ciudadano
interioriza la autoridad y se convierte en un policía de civil pero
desarmado, el cual
cree tener derechos y se autoengaña. Nada nuevo por aquí.
De
mientras, se contratará a alguien para que deleite a los ciudadanos
con las “maravillas” de la socialdemocracia y de la moral
pacifista para que no lloren demasiado entre una pesadilla y otra. El
ejemplo más flagrante en nuestros días es Podemos; se dedica a
vender falsa esperanza
entrando en el juego del Espectáculo y, sin saberlo, le hace un
favor a la dominación porque desmoviliza en gran medida lo poco que
ya de por sí estaba en movimiento.
Y la situación continuará así de manera indefinida hasta que la
violencia restituida golpee a sus puertas, hasta que alguien prenda
fuego a los bancos, a los coches, a las estaciones de servicio, a los
dueños publicitarios y a sus deseos prefabricados.
Con
los disturbios acontecidos en Gamonal el pasado año se vislumbró
con claridad cómo el sueño del poder siempre ha sido el de
persuadir a los ciudadanos que defenderse por sí mismos es inhumano
y bestial y que la violencia es una abominación que hay que reprimir
de forma permanente. Mientras, los medios de comunicación, sin
excepción, ponen empeño en calificar como criminales algunas
acciones de destrucción de coches, de bancos, de mercancías, es
decir; de cosas. Con
la reapropiación de la violencia, los cuerpos actuantes en Gamonal
quisieron probar que la práctica violenta es el único medio para
recobrar presencia en su
Imperio, y que es exactamente esto lo que el poder teme. Sólo
una sociedad enferma acepta el maltrato, el secuestro y el presidio
de sus iguales por no respetar la violencia institucional.
Es así como se explica el
miedo y la total pérdida de control por parte de la policía ante
esa situación (a pesar de la enorme desproporción de fuerzas); tan
pronto como nos reapropiamos de lo que es nuestro en
potencia, la policía pierde
desde ya el control;
no consigue mantener la presencia de otro mundo en acto.
Mientras
tanto, el eslogan “otro mundo es posible” es enarbolado por
ciudadanos reformistas mostrando su total incapacidad de ver
y oír más allá de su
ideología socialdemócrata. La cuestión no es, evidentemente, que
otros mundos sean posibles, sino que otros mundos ya están
ahí, únicamente viven o
dormitan bajo el peso del poder, y por eso mismo se les dirige la
guerra. Bastaría con unos cuantos golpes bien asestados para hacer
proliferar la potencia que encierran, su abrupta presencia en (ahora
sí) nuestro mundo, y
con un poco de valentía y maña hallar el camino que nos lleva hasta
ellos. Un reciente ataque perpetrado por el poder hacia ese mundo en
construcción ha sido el caso de
Kasa de la Muntanya, en Barcelona, donde han secuestrado, interrogado
y juzgado a once compañerxs
y han encerrado a siete bajo la acusación de “asociacionismo
ilícito con fines terroristas”. La solidaridad se presupone y se
ejercita, pero también tarea de todxs
nosotrxs
es, en vistas al futuro, el de constituir zonas ofensivas
de opacidad. La regla es
sencilla: cuantos más territorios en construcción se
superponen en una zona determinada, hay una mayor circulación entre
ellos y por lo tanto el poder encuentra menos posiciones. La
auto-organización local, imponiendo su propia geografía a la
cartografía estatal, confunde a la dominación y la hace ceder.
En nuestra época, el
final de las centralidades revolucionarias (y de sus organizaciones
formales) responde a la descentralización del poder. Se podría
tomar París, Roma o Londres sin conseguir la solución. El poder ya
no se encuentra en un lugar del mundo, es el propio mundo, su
Imperio de la dominación, sus flujos y sus avenidas, sus ciudadanos
y sus normas, sus códigos y sus tecnologías. El poder es la propia
organización de las metrópolis. Es la implacable totalidad del
mundo de la mercancía en cada uno de sus puntos, donde las barreras
entre unas cosas y otras se difuminan para conquistarlo
todo. Por esta razón, quien
derrota localmente produce una onda de choque planetaria a través de
las redes. Los henchidos de rabia (como en el caso de Gamonal) son
quienes surcan el desierto de esta ficticia abundancia y se
desvanecen en sus zonas
de opacidad ofensiva. Zona en
cuanto a auto-organización local. Opaca
(en relación al poder) en cuando a la superposición de diversas
zonas y del anonimato de sus integrantes. Ofensiva
en cuanto partícipes activos contra el Espectáculo de la mercancía
y la dominación política.
Queda
mucho por decir y por hacer, por lo tanto todo queda suspendido en el
aire. Avanti.
Clap clap clap. Aplausos
ResponderEliminarAunque hubiese estado bien entrar en mas detalle, pero igualmente muy bueno