miércoles, 24 de diciembre de 2014

Un año después de Gamonal

Es sabido que en última instancia es la policía quien tiene el monopolio de la violencia legítima. Y es únicamente por esta razón que el poli soporta la humillación diaria de verse sometido a mera obediencia, porque es solamente a través de la obediencia que puede reprimir y golpear, es decir, destapar y dejar correr su resentimiento de esclavo. El ciudadano (cuyo conjunto conforma esa masa equivalente a una impotencia estadística) es aquel sujeto que delega la capacidad de su violencia a la policía, y lo hace únicamente a cambio de otras esclavitudes (consumir, trabajar, pasear bajo el ojo vigilante de la ley coercitiva), las cuales tienen como única función tenerlo en su lugar (lugar tanto espacial como jerárquico), tenerlo encerrado entre las cuatro paredes de su privacidad mientras “los otros” ejercen sus labores arbitrarias con total impunidad. El ciudadano interioriza la autoridad y se convierte en un policía de civil pero desarmado, el cual cree tener derechos y se autoengaña. Nada nuevo por aquí.

De mientras, se contratará a alguien para que deleite a los ciudadanos con las “maravillas” de la socialdemocracia y de la moral pacifista para que no lloren demasiado entre una pesadilla y otra. El ejemplo más flagrante en nuestros días es Podemos; se dedica a vender falsa esperanza entrando en el juego del Espectáculo y, sin saberlo, le hace un favor a la dominación porque desmoviliza en gran medida lo poco que ya de por sí estaba en movimiento. Y la situación continuará así de manera indefinida hasta que la violencia restituida golpee a sus puertas, hasta que alguien prenda fuego a los bancos, a los coches, a las estaciones de servicio, a los dueños publicitarios y a sus deseos prefabricados.

Con los disturbios acontecidos en Gamonal el pasado año se vislumbró con claridad cómo el sueño del poder siempre ha sido el de persuadir a los ciudadanos que defenderse por sí mismos es inhumano y bestial y que la violencia es una abominación que hay que reprimir de forma permanente. Mientras, los medios de comunicación, sin excepción, ponen empeño en calificar como criminales algunas acciones de destrucción de coches, de bancos, de mercancías, es decir; de cosas. Con la reapropiación de la violencia, los cuerpos actuantes en Gamonal quisieron probar que la práctica violenta es el único medio para recobrar presencia en su Imperio, y que es exactamente esto lo que el poder teme. Sólo una sociedad enferma acepta el maltrato, el secuestro y el presidio de sus iguales por no respetar la violencia institucional. Es así como se explica el miedo y la total pérdida de control por parte de la policía ante esa situación (a pesar de la enorme desproporción de fuerzas); tan pronto como nos reapropiamos de lo que es nuestro en potencia, la policía pierde desde ya el control; no consigue mantener la presencia de otro mundo en acto.

Mientras tanto, el eslogan “otro mundo es posible” es enarbolado por ciudadanos reformistas mostrando su total incapacidad de ver y oír más allá de su ideología socialdemócrata. La cuestión no es, evidentemente, que otros mundos sean posibles, sino que otros mundos ya están ahí, únicamente viven o dormitan bajo el peso del poder, y por eso mismo se les dirige la guerra. Bastaría con unos cuantos golpes bien asestados para hacer proliferar la potencia que encierran, su abrupta presencia en (ahora sí) nuestro mundo, y con un poco de valentía y maña hallar el camino que nos lleva hasta ellos. Un reciente ataque perpetrado por el poder hacia ese mundo en construcción ha sido el caso de Kasa de la Muntanya, en Barcelona, donde han secuestrado, interrogado y juzgado a once compañerxs y han encerrado a siete bajo la acusación de “asociacionismo ilícito con fines terroristas”. La solidaridad se presupone y se ejercita, pero también tarea de todxs nosotrxs es, en vistas al futuro, el de constituir zonas ofensivas de opacidad. La regla es sencilla: cuantos más territorios en construcción se superponen en una zona determinada, hay una mayor circulación entre ellos y por lo tanto el poder encuentra menos posiciones. La auto-organización local, imponiendo su propia geografía a la cartografía estatal, confunde a la dominación y la hace ceder.

En nuestra época, el final de las centralidades revolucionarias (y de sus organizaciones formales) responde a la descentralización del poder. Se podría tomar París, Roma o Londres sin conseguir la solución. El poder ya no se encuentra en un lugar del mundo, es el propio mundo, su Imperio de la dominación, sus flujos y sus avenidas, sus ciudadanos y sus normas, sus códigos y sus tecnologías. El poder es la propia organización de las metrópolis. Es la implacable totalidad del mundo de la mercancía en cada uno de sus puntos, donde las barreras entre unas cosas y otras se difuminan para conquistarlo todo. Por esta razón, quien derrota localmente produce una onda de choque planetaria a través de las redes. Los henchidos de rabia (como en el caso de Gamonal) son quienes surcan el desierto de esta ficticia abundancia y se desvanecen en sus zonas de opacidad ofensiva. Zona en cuanto a auto-organización local. Opaca (en relación al poder) en cuando a la superposición de diversas zonas y del anonimato de sus integrantes. Ofensiva en cuanto partícipes activos contra el Espectáculo de la mercancía y la dominación política.


Queda mucho por decir y por hacer, por lo tanto todo queda suspendido en el aire. Avanti.

1 comentario:

  1. Clap clap clap. Aplausos

    Aunque hubiese estado bien entrar en mas detalle, pero igualmente muy bueno

    ResponderEliminar